Por: Francisco Pantigoso Velloso da Silveira, Catedrático universitario y Director del INEHPA
Un día como hoy, 17 de enero, si nos remontamos a 1881, veríamos a las tropas chilenas vencedoras en la campaña de Lima, entrando marchando a paso marcial y muy ordenadas, desde los exteriores de los Salones de la Exposición del hoy Paseo Colón, a la Plaza de Armas.
Habían caminado lentamente desde Miraflores por todo lo que es hoy la Vía Expresa (rieles del tren Lima – Chorrillos), hacia la capital, para tomarla a las 4pm, y colocar la bandera de la estrella solitaria en el Palacio de los Virreyes.
Un sueño cumplido que había pasado por las largas y extenuantes campañas terrestres previas del Sur (Pisagua, Dolores, Tarapacá, Moquegua, Tacna, Arica). Soldados del desierto, de mucha preparación, perseverencia y serias convicciones, hay que reconocerlo.
Dícese que nadie se acercó a verlos a la Plaza de Armas de Lima, salvo algunos niños curiosos y mendigos. La gente asustada, -en la mayoría viudas que habían perdido algún ser querido en los días previos de las batallas de San Juan y Miraflores-, desde los balcones señoriales, los veían entrar por lo que es hoy el Jirón de la Unión, detrás de las cortinas y celosías.
Se dice que se repartieron las tropas y destacamentos entre iglesias y cuarteles; el general Lynch (el “Príncipe Rojo”), que había servido a la Armada británica en años mozos en Macao y hablaba muy bien el chino, tomó los ambientes de Palacio.
Recuérdese que la noche anterior fue de terror para las calles de la capital, pues los chinos (que eran aliados de Lynch que los conocía muy bien), habían sufrido ataques (quema de sus pulperías) en represalia porque colaboraron como espías a los chilenos desde las marchas por lo que son los valles de Chincha hasta Lurín, lugares sonde fueron liberados de la esclavitud. Se cuenta que en Lurín crearon incluso una pagoda improvisada e hicieron sacrificios de animales por el éxito chileno. El lumpen criollo, dicho sea de paso, también aprovechó del desorden aquella noche para hacer de las suyas. Lima era muerte, desolación y caos urbano.
Si no fuera por el almirante Petit Thouars y otros oficiales de Marina británico e italiano, que negociaron con el General Baquedano para que la entrada sea pacífica, Lima estaría ya arrasada por tropas hambrientas de sangre y rapiña, concluyendo su sed de destrucción iniciada en Chorrillos la noche del 13 de enero.
Y se va a dar entonces una etapa que es realmente contradictoria: Lima será finalmente saqueada pero por orden de la oficialidad, y como se sabe -en oprobiosa repartija- diversas obras de arte, libros incunables, estatuas, instrumentos científicos, joyas diversas de las mansiones limeñas, y hasta dos leones del zoológico de la Exposición, entre otros bienes, serán enviados, en cajones registrados y debido orden burocrático, a los puertos chilenos.
Se cuenta que la estatua de la libertad que iba a ir a la cúspide del Monumento al 2 de Mayo, es encontrada en el puerto del Callao abandonada, orinada y oxidada, siendo de inmediato encajonada y llevada a la ciudad de Talca en Chile, donde tendrá mejor futuro, adornando hoy esa importante ciudad. Y así se dieron innumerables hechos de expolio, en robos que fueron criticados hasta por diversos diputados chilenos de la época, quienes decían que ello ya excedía los cánones del vencedor y los Códigos de Guerra (que venían desde el conflicto de la Secesión norteamericana), negándose a sentarse en los sillones de mármol traídos de Lima y que adornaban las céntricas alamedas de Santiago.
Pero lo curioso -y ahí lo contradictorio-, es que en esos casi tres años que dura la ocupación, se ordenó Lima, hubo relativa paz y trabajo, obviamente bajo una legislación, clero, poder judicial, policía, correos, etc., provenientes de Chile. Son conocidas, valiosas y muy coleccionables, por ejemplo, las estampillas de la época, reselladas con matasello chileno. Los jueces bajo ley chilena dictaron sentencias; los sacerdotes traídos del sur, daban las misas del domingo.
Las cuentas presupuestales se ordenan, y poco de ello hoy en día se explica en los libros de Historia. Nuevamente un ente foráneo pone orden en nuestro país. Ya lo había querido hacer antes san Martín. Y eso, seguramente por humillante, poco se ha estudiado. Basta leer las Memorias de Lynch para verificar la buena administración de los fondos públicos (o al menos la ordenada rendición de cuentas).
Lima será ocupada. Pero en la Sierra, como recordamos, Cáceres hará la resistencia, como diciendo “aquí estamos aún y nos nos rendimos”.
Episodios inéditos, poco investigados, que deberían ser divulgados hoy en detalle. Lamentablemente la ocupación es solo una línea de un mal recuerdo en las efemérides del día 17 de enero; “un día como hoy”.
Nada de autocrítca, de revisar las lecciones del pasado, de entenderlo y evitar los errores cometidos. No por una actitud morbosa, sino para entender lo que hoy somos y tratar de modificar algo este Perú que poco ha cambiado.
Si no hay un cambio de actitud y las fechas importantes de nuestra historia son solo una línea de una lista de recuento de recuerdos, estamos condenados a revivir los fantasmas del pasado, y estar ocupados por siempre por las tropas de nuestras propias limitaciones y desencuentros.