Debo confesar que una de mis pasiones (además de la tributación y la acuarela), es la revisión de la historia. Un aspecto que creo que engloba todo lo demás, cual paraguas de enseñanzas y emblemas, pues del pasado podemos explicarnos el presente, y a la vez, corregir y direccionar también las acciones para el futuro.
Y hoy quiero hablarles del botón adjunto, encontrado en las arenas del tórrido desierto del sur peruano, enterrado, esperando ver una luz.
Un botón no de nuestro país, sino -fíjense bien-, ¡argentino!, de bronce y hecho en Londres, es decir, venido de muy lejos de nuestro continente, a miles de kilómetros al sur, seguramente desde Mendoza o San Juan, desde donde partieron -en 1817- diversas columnas (entre otras varias que sumaban seis), para cruzar los Andes en una acción que es considerada como gloriosa, impensable y epopéyica, iniciando así la destellante gesta libertadora encabezada por el insigne General Don José de San Martín, no un soldado cualquiera, sino un sabio humanista.
Es decir, este botón (posiblemente de un Granadero) cruzó los Andes, peleó en territorio chileno en Chacabuco (¡a cuatro días del cruce de los Andes!), Cancha Rayada y Maipú, para seguir por mar desde el puerto de Valparaíso –un 20 de agosto de 1820- hasta el desembarco en Paracas el 8 de setiembre del mismo año, e iniciar así la gesta libertaria en territorio peruano.
Lleva entonces ese botón y esculpidas en sus ranuras, lágrimas, muerte, esperanza y dignidad, en ese escudo argentino que fue curiosamente creado por un peruano -Juan de Dios Rivera Túpac Amaru-, grabador cuzqueño quien puso el toque inca en dicho emblema como es el reverenciado Dios Inti.
Recordemos que antes de caer la noche de ese 8 de setiembre de 1820, en el cuartel de Pisco, el General Don José de San Martín, al mando del Ejército Libertador del Perú, mediante una imprenta portátil que le facilita su alto mando, emite su primera proclama en suelo nacional:
“Compatriotas: (…) El último virrey del Perú hace esfuerzos para prolongar su decrépita autoridad (…). El tiempo de la impostura y del engaño, de la opresión y de la fuerza, está ya lejos de nosotros, y sólo existe la historia de las calamidades pasadas. Yo vengo a acabar de poner término a esa época de dolor y humillación. Este es el voto del Ejército Libertador”.
Al año siguiente, como todos sabemos, proclamaría la independencia en 1821, hace 200 años.
Y ese botón ha sido testigo entonces de ese desembarco glorioso, y ha estado al lado del General, quien señaló en su vida cosas valiosas como que: “La biblioteca es destinada a la ilustración universal y más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia”, porque para él, “Para defender la Libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral”. Palabras llenas de sabiduría como las que dijo también al señalar –con alta dignidad- que: “Mi nombre es ya bastante célebre para que yo lo manche con la infracción de mis promesas”.
San Martín señaló en su largo epistolario muchas veces que: “Si somos libres, todo nos sobra”, y mencionó además que: “Mi existencia la sacrificaría antes que echar una mancha sobre mi vida pública, que se pudiera interpretar como ambición”. Frases de contenido muy vigente, pero que muchos han olvidado, deshonrando la memoria del Libertador.
A 200 años de la independencia, el botón habla. Y está triste. Mira nuestro país y se cuestiona el esfuerzo desplegado en tantas batallas.
Pero reluce en su silencio de arenales en la esperanza de que algún día se revierta todo, y el mensaje sanmartiniano de Libertad, de difusión y revalorización de la cultura y la trascendencia humanas, reluzca en un país realmente Libre.
Solo en ese momento, que esperamos no sea lejano, ese botón, rescatado en la soledad del desierto caliente peruano y testigo de las luchas de la Libertad plena, ha de sonreír de nuevo, como cuando cruzó los Andes en 1817, ilusionado en brillar perennemente con la verdadera Emancipación política y mental.
No ignoremos su gesta. Que ese botón de nuevo se llene de alegría y esperanza.