Geishas, collas, guaripoleras, prensa mermelera; son algunos de los apelativos que reflejan las inclinaciones y preferencias periodísticas por el gobierno de turno. Lo cierto es que, más allá de los sobrenombres, la prensa dejó ser referente de decencia e imparcialidad, manipulando consciencias a cambio de beneficios económicos, publicidad estatal y quizá vacunas.
La reciente revelación del periodista Beto Ortiz sobre la reunión clandestina –sin registro oficial- de la periodista Mávila Huertas con el entonces presidente Martín Vizcarra a seis días de su entrevista televisiva, podría ser la demostración del servilismo periodístico al poder de turno. Mucho más aun teniendo en consideración que, a través del Plan Reactiva, los principales grupos mediáticos del país recibieron 100 millones de soles. Ingente cantidad de dinero concentrado en cuatro grupos que manejan casi la totalidad de los medios de comunicación a nivel nacional.
Entre tanto, mientras redacto esta columna leo con asombro un supuesto “fact-checking” –verificación de datos- que realiza diario El Comercio sobre unas declaraciones de la candidata Keiko Fujimori, en donde la política señala que “la cuarentena -a la que nos sometió el ex presidente Vizcarra- no sirvió de nada”. La periodista responsable de la verificación de datos pretende desbaratar la tesis de la candidata con datos oficialistas en su totalidad, dejando de lado el olfato investigador y la vocación por la verdad que deberían regir a la profesión periodística. Es decir, solo hace una parodia de verificación, aumentando la desinformación y defendiendo la tesis fallida de que, a mayor encierro, mejores resultados. Tesis fácilmente rebatible con solo leer reportes mundiales donde las rudas cuarentenas fueron un fracaso.
Martín Vizcarra comprendió que la comunicación se ha convertido en la clave para la popularidad y legitimidad política. Actualmente la política está en la arena mediática y es una narrativa popular del poder. En este contexto, Vizcarra supo posicionarse teniendo como aliados a los medios de comunicación.
Cabe aquí preguntarse sobre el rol del periodismo y si acaso los periodistas son conscientes del efecto que pueden provocar en la sociedad y de la responsabilidad que rodea la profesión periodística. Más aun, en la última década el trabajo periodístico se ha visto alterado con la presencia de las redes sociales, ahora parecería que los periodistas están más presentes como influencers que como informadores, lo que a la larga resulta un problema.
¿Dónde quedó la ética periodística que resulta de la búsqueda de la excelencia del profesional de la información? Si la ética es la obediencia del periodista a la naturaleza de su trabajo, ¿están comprendiendo mis colegas lo que implica ser un periodista? Aparte, claro está, los cuestionamientos que podríamos hacer a los grandes grupos multimedios, que manejan la hegemonía informativa nacional, pues parecen haber perdido el norte de los principios informativos, a cambio del lucro económico al mejor postor.
Decía José María Desantes, quien fue mi profesor en la Universidad de Piura, que la ética “es la guía de los actos humanos e informativos que modelará el ser profesional y constituirá la medida de su cualificación. Parafraseando a otro de los maestros de la deontología periodística, Ryszard Kapuscinski, para ejercer el periodismo debemos ser ante todo buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Entonces, cabe reflexionar si estamos ante una generación de malas personas simulando ser periodistas.