Como decían nuestros ancestros, hay que poner “ojo, pestaña y ceja” en las protestas que hace ya varios meses se vienen produciendo en nuestro país, pues en buena cuenta son mero pretexto para la sedición que es el verdadero objeto de ellas, así como violentar el Estado Constitucional de Derecho para instaurar satrapías marxistas que se perennicen en el poder, haciendo seda y pabilo de nuestra Democracia.
No dudamos, más bien coincidimos, que no se ha derrotado aun a la pobreza, que el Estado no está solucionando la problemática educativa y de salubridad de la población, que los servicios públicos son deficientes y que faltan oportunidades laborales. Si bien es legítimo reaccionar con protestas ante dicha situación, las expresiones de desagrado y enojo deben ser pacíficas y sin armas para tener legitimidad.
La pobreza no se va a terminar porque se proteste, sino porque se den las condiciones para que exista inversión, que es la que genera oportunidades laborales y que, si bien el Estado Nacional ha transferido a los gobiernos regionales, facultades y atribuciones, así como los respectivos recursos, lamentablemente tales gobernaciones no han sido capaces de la buena utilización de los recursos e incluso de año en año devuelven parte de ellos. La causa es que los ciudadanos ni siquiera supieron elegir a sus gobiernos subnacionales, aunque por supuesto que con las pocas excepciones que siempre las hay.
Los incautos tienen que abrir los ojos y saber distinguir la protesta legítima de la protesta como excusa para protervos propósitos, y no ser tan incautos como para dejarse llevar como borregos por los violentistas que solo quieren utilizarlos, que los azuzan para radicalismos y violencia y que incluso los llevan como “carne de cañón” pues los hacen estar en las vanguardias de las manifestaciones y marchas, mientras ellos desde la retaguardia tiran piedras, bombardas, avellanas, pirotécnicos y cuanto proyectil existe de armas hechizas e incluso de las que son robadas cuando se producen asaltos con sorpresa contra patrullas de la Policía o de las Fuerzas Armadas.
No se dan cuenta los crédulos de quienes los incitan a la violencia y destrucción, que los recursos que se tengan programados para nuevas obras o para mantenimiento de las existentes, tendrán que ser empleados en la restitución, rehabilitación, o reconstrucción de las dañadas por los manifestantes violentos. ¿Quiénes se perjudicarán? La respuesta es simple, se perjudicará toda la población que crece de año en año y que espera que la atención de los servicios e infraestructura pública crezca en simultáneo, lo que no sucederá al tenerse que usar los recursos para reparar lo indebidamente dañado.
Podemos agregar que el perjuicio es aún mayor, puesto que al generarse con la violencia el caos social, los inversores que crean puestos de trabajo, por desconfianza dejarán de invertir y de reinvertir en el país, con lo cual los anhelos de mayor ocupación laboral de la población, simplemente se hará humo. ¡Así de claro!