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LA POBREZA NO ENGENDRA EL TERROR

LA POBREZA NO ENGENDRA EL TERROR

El terrorismo que se inició en el Perú en 1980 –al igual que el de principios de la década de 1960-, no fue originado por la pobreza, como quieren hacernos creer los herederos y seguidores del cabecilla terrorista que acaba de morir en la cárcel. Él falleció a los 86 años, luego de 29 de encierro, porque su vida fue respetada por sus captores y el Estado peruano, a diferencia de lo que hacían sus secuaces, que asesinaban sin piedad a hombres, mujeres y niños desarmados y sin posibilidad de defenderse.

Ese intento exculpatorio y falaz, de que las desigualdades y la pobreza motivan el terrorismo, sirve a los prosélitos y simpatizantes de Sendero Luminoso y el MRTA, para justificar los atroces crímenes que cometieron esas gavillas de asesinos, y defender lo que están haciendo ahora, tratar de instaurar una dictadura comunista en el Perú, que materialice la idea que no pudieron realizar mediante el terrorismo.
En realidad, siempre los movimientos revolucionarios son creados y dirigidos por intelectuales y fanáticos que quieren implantar por la violencia una sociedad imaginaria en la que, por supuesto, ellos serán los gobernantes todopoderosos, indiscutidos y perennes.

La pobreza y las desigualdades han existido en todas partes y en todo momento, pero solo en algunos lugares han surgido grupos de fanáticos que practican la violencia y el terror para imponerse sobre la mayoría.

En el Perú, la dictadura militar (1968-80) tuvo como uno de sus propósitos evitar el surgimiento de grupos como el MIR, ELN y FIR que desde 1962 trataron de replicar la experiencia castrista en el Perú. Pero lo que lograron fue remecer la sociedad a empellones, alentar la lucha de clases y desatar fuerzas que no pudieron controlar.

Los sistemas de autoridad tradicionales no evolucionaron, como en otras sociedades, fueron fracturados y de eso aprovechó un grupo de intelectuales de clase media, marxista leninistas, para atraer sobre todo a jóvenes igualmente ideologizados y lanzarse a un proceso que causó decenas de miles de muertes, un dolor inconmensurable a muchísimos peruanos y daños irreparables al país.

Y esa conmoción producida por el gobierno militar, coincidió con una época de auge del marxismo en el mundo, con la difusión de ideas radicales en todas partes, desde París donde Jean Paul Sartre distribuía periódicos maoístas en las fábricas, a California, donde Herbert Marcuse catequizaba a los estudiantes.

Fue esa fatal combinación de la política de la dictadura militar que conmovió la sociedad, las ideas marxistas en boga en el mundo entero y el enloquecido fanatismo de un grupo de intelectuales ambiciosos de poder, lo que generó los movimientos terroristas en el Perú.

Derrotados por las fuerzas del orden, hoy han regresado y, usando la democracia, se han encaramado en el gobierno. Hay que echarlos antes que causen más destrozos.

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