Por Antero Flores-Araoz
Confieso que soy lego en la materia, pero hay asuntos en que no requieres ser experto para pronunciarse sobre lo básico de ellos, pues lo único requerido es la observación y la lógica. Uno de dichos temas es el de las vacunas para el Covid 19, pandemia que ha azotado a todo el mundo y que en el caso peruano hay más que evidencias que por su causa han dejado de existir mucho más que doscientos mil personas, de todas las edades y de ambos sexos.
En nuestra patria hemos pasado por diversos avatares, pues al inicio la impericia en el manejo de los aspectos de salud en el gobierno transitorio de Martin Vizcarra, para circunscribirnos solo a la impericia y no a otros cuestionamientos, hizo que no tuviésemos vacunas a tiempo, lo que significó más decesos de los que hubiesen ocurrido en caso de contar oportunamente con las vacunas.
En esos tiempos se pretendió adquirir vacunas china que no contaban con las acreditaciones del caso y, lo que es peor, bajo un sinfín de pretextos fueron inoculados con la vacuna, a puertas cerradas y con ocultismo, altos funcionarios del régimen, sus familias y algunas otras personas cuya identidad hasta ahora no se transparenta.
Luego de la vacancia de Martin Vizcarra se adquirieron vacunas de calidad, al principio se colocó una dosis y luego la segunda, hasta complementarse con una tercera de y ahora estamos por iniciar la puesta adicional de una cuarta dosis.
Con la cooperación de clínicas y centros de salud privados, así como en los establecimientos de salud del MINSA y de ESSALUD, se colocaron las vacunas e, incluso en estadios, centros deportivos, playas, centros comerciales, clubes y diversos otros establecimientos, se abrieron vacunatorios, a los que concurrían a pie o en vehículos, las personas que requerían vacunarse. El servicio fue óptimo y ordenado, cooperando las autoridades municipales con las de salud.
Pese a las amplias facilidades que se otorgan para la colocación de las vacunas, lamentablemente todavía hay miles de miles de personas, que o no se han vacunado o que no han completado las dosis requeridas y sus complementos. Esta desidia e irresponsabilidad -pues hay que llamar a las cosas por su nombre- en la práctica impide que se amplíen los aforos al cien por ciento y que se la obligatoriedad del uso de las mascarillas se vaya reduciendo en forma significativa.
Cuando más personas estén sin las vacunas completas, evidentemente la posibilidad que sean contagiados aumenta y por supuesto, la posibilidad que ellos también puedan contagiar a terceros. Algunos, queriendo disfrazar su falta de responsabilidad, manifiestan no creer en las vacunas y ser antivacunas, pero olvidan que su derecho a no vacunarse colisiona con el derecho a estar bien de salud de los demás congéneres. Esto también significa que están violentando uno de los más preclaros principios del Derecho, esto es mi derecho termina cuando empieza el de los demás. Ahora, si las personas no van a los vacunatorios, es hora que el personal de salud vaya a escuelas, centros laborales y domicilios para vacunar.
¡A vacunarse se ha dicho!