Por Francisco Pantigoso Velloso da Silveira: Abogado y Director del Instituto de Estudios Históricos del Pacífico.
Nuestra historia está plagada de sucesos olvidados. La batalla de la Rinconada es uno de ellos. Se desarrolló en lo que hoy es Molicentro de La Molina y sus alrededores, pero casi nadie conoce de ello o ni lo recuerda. Este miércoles 9 de enero se cumplen 139 años de esta gesta.
Se cuenta de que en la Rinconada de Ate se encontraba desde el 4 de enero de 1881, el coronel peruano Mariano Vargas con una fuerza de 340 soldados, compuesta por los hacendados y pobladores de la zona armados con viejos rifles Minié y piezas de artillería. Vargas dispuso asimismo su artillería en el cerro Vásquez.
El 9 de enero de 1881, a las 7 y 45 a.m., la división chilena del coronel Orozimbo Barbosa llegó a Pampa Grande (hoy Musa y La Planicie) después de una marcha por la quebrada de Manchay desde Pachacámac (en este último se había instalado el campamento chileno) con una fuerza de más de 2,000 soldados aproximadamente, armados con modernos fusiles Grass de fabricación francesa y con 4 piezas de artillería de campaña. Su propósito era hacer creer a los peruanos que se intentaría flanquearlos por ese lado del dispositivo de defensa de Lima. Como se sabe, finalmente se atacó Lima por San Juan y Miraflores (los días 13 y 15 de enero de 1881), en forma paralela al mar y bajo el apoyo de la fuerza naval.
Estas fuerzas chilenas habían salido el día anterior de Pachacámac y llegado a través del angosto camino de la quebrada de Manchay (15 kms aproximadamente), sin encontrar ningún obstáculo en el mismo, fuera de las fallidas «bombas automáticas» o minas que Piérola había mandado sembrar y recién el día 6 de enero se habían terminado de instalar.
Las fuerzas peruanas en ese sector estaban —como se indicó— al mando del coronel Mariano Vargas, jefe superior militar de La Rinconada de Ate y constaban de la columna Pachacámac, al mando del coronel temporal Manuel Miranda quien era un hacendado de la zona, con aproximadamente 160 hombres de infantería cívica, un pelotón de algo más de 30 hombres llamado «compañía guerrillera», al mando del mayor temporal Francisco Vargas y montados, los llamados “aguilillos” o caballos de paso, 100 hombres de a pie de la primera brigada de caballería al mando del teniente coronel Gurmecindo Herrada de los cuales sólo 25 estaban armados y 50 montados de la tercera donde parece que sólo 25 al mando del mayor Arguedas entraron en acción. A la retaguardia quedaba la batería del Cerro de Vásquez con piezas de grueso calibre.
Además, se contaba como obra defensiva con una línea de defensa tendida a 100 metros de la casa hacienda de Melgarejo (hoy la sede central del Banco de Crédito), que cerraba todo el acceso al valle de Ate, pues estaba flanqueada a ambos lados por sólidas prominencias donde se planeaba instalar artillería.
Vargas empezó la obra el 5 de enero y el 11 debía estar concluida; contó con la dirección del capitán de ingeniería Lucas Pedraza, quien usó a la tropa de la columna Pachacámac a falta de peones o unidades de ingeniería. La línea consistía de una zanja de 2 metros de ancho por 1 y medio de profundidad, y de un parapeto de sólida piedra de cantería ubicado un metro detrás de la zanja, capaz de cubrir completamente a los soldados. Más o menos seguía una recta entre lo que hoy son el cementerio de La Planicie y el parque del cañón de La Rinconada.
El coronel Vargas solicitó al Estado Mayor en varios telegramas artillería, aparatos eléctricos, alambres y peones de construcción, para acelerar los trabajos y robustecer la defensa con piezas de artillería de montaña en las elevaciones y de campaña en el llano, tras la línea de defensa, y con una red de minas (más propiamente cargas de demolición, porque explotarían a voluntad); lamentablemente estos pedidos fueron desatendidos o llegaron a destiempo.
La historia cuenta que Vargas tuvo noticia de la venida de la división enemiga a eso de las 5 a.m. (más de 2 horas antes de que se trabase el combate), que confirmó por la detonación de algunas «bombas automáticas», y por más que pidió refuerzos a la Reserva, estos no se movilizaron sino hasta muy tarde. Mientras tanto los chilenos ganaron sin oposición las alturas de la línea de defensa, flanqueándola por derecha e izquierda (por donde hoy está el cementerio Jardines de la Paz). Iniciaron el ataque con fuego de artillería, y posteriormente la caballería abrió fuego desde las alturas. La columna Pachacámac resistió por 2 horas hasta que la caballería flanqueó por el cerro de Melgarejo (o Huaquerone) y amenazó con caer por la espalda de la línea peruana, con lo que Vargas, para impedir que su tropa fuera acuchillada sin misericordia, dio la orden de retirada.
Hizo su aparición en esas circunstancias la brigada de caballería del comandante Millán Murga, que participó así en la última media hora del combate. El enemigo se apoderó de la hacienda Melgarejo, del cerro de la hacienda la Molina (debe ser el que hoy divide los distritos de Surco y La Molina) y persiguió a los dispersos del Pachacámac y de los 50 hombres montados de la tercera brigada de caballería, operación en la que tomó varios prisioneros.
Como se recuerda, por el lado chileno, el coronel Barboza despachó a los «Granaderos» a determinar si existían minas frente a las posiciones peruanas; estos pronto volvieron trayendo la noticia de que la vía se encontraba limpia, desplegó entonces Barboza a la compañía del 1.° de Línea «Buin», fijándoles como objetivo tomar por asalto una quebrada entre dos cerros, ordenó emplazar dos piezas de artillería a fin de cubrir a la infantería y a tres compañías del 3.° de Línea tomar los cerros de los flancos de las posiciones que debían atacar los del «Buin», dejando a la demás tropa en reserva: Las tropas avanzaron contra las posiciones peruanas realizando «fuego en avance», es decir separados en dos líneas, la primera de ellas dispara rodilla en tierra, efectuada la descarga la línea completa se arroja al suelo, avanzando entonces la segunda línea que a unos metros de la primera realiza la misma operación. Rápidamente y con pocas bajas las tropas chilenas desalojan las trincheras, uniéndose los del «Buin» y del 3.° en el llano, Barboza hace avanzar a sus reservas a los cerros desalojados; es en ese instante cuando aparecen refuerzos de caballería peruanos que se lanzan contra los chilenos a fin de proteger el repliegue de la infantería y darles tiempo de reagruparse, una compañía del 3.° abre fuego sobre ellos, pero el comandante de la compañía duda a la hora de atacar a los jinetes peruanos, es entonces que con gran iniciativa el alférez de «Granaderos» Vivanco ordena a sus hombres cargar, y con gran maestría los jinetes chilenos realizan la carga causando muchas bajas entre los peruanos que abandonan el combate replegándose con la protección de su artillería. Los chilenos sufrieron la pérdida de once hombres, un muerto y diez heridos, las bajas peruanas a pesar de no estar del todo comprobadas, pueden fijarse en una veintena, caídos en su mayoría en la carga de Vivanco.
Se cuenta que, en algún punto del combate, el coronel Miranda hizo soltar a sus 300 toros de lidia, únicos en el Perú por entonces, con cuya estampida entraron en pavor los chilenos.
Al avanzar la división enemiga a la haciendas de La Molina y Melgarejo, penetró en el sector de tiro de las piezas de la batería de Vásquez, que inmediatamente rompió fuegos con todo éxito, pues la caballería enemiga volteó bridas. En Melgarejo el enemigo capturó al mayordomo inglés, ingeniero Murphy, quien había trabajado en el tendido de la línea del ferrocarril, por lo que tenía planos de toda la zona y dio datos precisos sobre la ubicación y número de las fuerzas peruanas.
Así, hacia la 1 p.m. del 9 de enero de 1881, el enemigo se retiró por la Pampa Grande. Del lado peruano hubo 7 muertos, incluso un oficial, y ocho heridos. Del chileno 1 muerto y 10 heridos.
En su parte de combate, Vargas destacó el valor de Miranda, Herrada, Murga, Arguedas, Pedraza y el mayor Vivanco y de todos los jefes y oficiales de la columna Pachacámac.