El acuerdo de paz debe verse como un importante escalón alcanzado por las Farc en su camino hacia el poder. Es un triunfo de la estrategia de lucha que ideó ‘Alfonso Cano’.
Querido Mario:
Debo confesarte que me sorprendió mucho tu artículo publicado en El País, en el cual afirmas que si fueras colombiano votarías por el Sí en el plebiscito. Desde los remotos tiempos de la revista Libre, en París, hemos compartido las mismas ideas, identificadas con un pensamiento liberal que defiende la libertad política y económica, y se opone a las supersticiones ideológicas del marxismo y otras corrientes totalitarias. Siempre hemos estado de acuerdo. De ahí mi sorpresa.
En tu artículo confiesas que tras muchas dudas, y luego de leer un texto de Héctor Abad Faciolince, darías tu aprobación electoral al llamado acuerdo de paz suscrito por el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc. Crees equivocadamente que de no ser aprobado, Colombia seguiría sumida en una guerra que dura más de 50 años. Tal es la engañosa y dramática alternativa que le serviría a Santos para alcanzar el triunfo del Sí en el plebiscito.
Sin duda, esa falsa alternativa ha tenido efecto en buena parte de la opinión internacional, pero no corresponde a la realidad que vivimos en Colombia. En caso de que ganara el No, el propio ‘Timochenko’ ha dicho que el plebiscito no afecta el acuerdo final y que no hay riesgo de que las Farc vuelvan a la guerra.
Debes saber, Mario, que la desmovilización de las Farc no impedirá que tanto el Eln y el Epl como las bandas criminales continúen sus acciones terroristas. De modo que hasta ahí llegan las ilusiones de la paz. También te recuerdo que las Farc constituyen el tercer cartel mundial de la droga y que no van a renunciar a su millonario negocio. La prueba es que en los dos últimos años de negociación, los cultivos de coca se han duplicado en el país, pues el Gobierno suprimió la fumigación aérea.
Otros hechos que debes tomar en cuenta: los miembros de las Farc quedarán eximidos del pago de cárcel a pesar de los atroces delitos que cometieron durante más de 50 años; tendrán 26 curules efectivas en el Congreso, 31 emisoras de radio, canal de televisión, un caudaloso presupuesto para la difusión de su plataforma ideológica y ocuparán vastas zonas de concentración en el país, sin presencia de la Fuerza Pública, y que de hecho se convertirán en pequeños estados independientes para propagar su proyecto socialista.
La llamada Jurisdicción Especial para la Paz, convenida conjuntamente con el influyente asesor de las Farc, el abogado comunista español Enrique Santiago, será conformada por instancias extranjeras y tendrá facultades y poderes que sobrepasan los que tienen las altas Cortes, así como juzgados y tribunales del país. Sus fallos serán inapelables y no admitirán doble instancia. De ahí los temores e inquietudes que genera esta justicia transicional.
Por otra parte, el presidente Santos ha obtenido poderes extraordinarios del Congreso, incluso para reformar la Constitución. Aunque parezca increíble, son superiores a la arbitraria ley habilitante de Maduro en Venezuela.
Sin duda, el acuerdo de paz debe verse como un importante escalón alcanzado por las Farc en su camino hacia el poder. Es un triunfo de la nueva estrategia de lucha que años atrás ideara su máximo comandante ‘Alfonso Cano’ cuando debió abandonar para siempre el mito castrista de una revolución armada después de que sus tropas fueran diezmadas bajo el gobierno de Uribe. A lo largo de cuatro años, las Farc, pese a ser vistas en todo el mundo como una organización terrorista, lograron obtener todas sus exigencias y ahora, convertidas en partido político, proyectan una real alarma sobre el futuro de Colombia. Por eso, muchos colombianos votaremos por el No el 2 de octubre.
De allí, mi querido Mario, que nuestro común amigo Carlos Alberto Montaner escriba que “a Colombia le espera un futuro atroz, infinitamente peor y más negro que este presente, incómodo y a veces sangriento, que hoy padece”. Ya ves por qué el sueño de la paz puede convertirse en pesadilla.
Plinio Apuleyo Mendoza