El Perú es un país informal, es nuestra histórica, particular y estructural realidad. La formalidad es la excepción, quimérica y utópica. A inicios del siglo pasado Basadre lo graficó como el Perú Real versus el Perú Formal y a finales de este siglo Matos Mar describe la integral informalidad como la acción social que sustituye la ausencia estatal y lo llamo “el desborde popular del estado”; poco después, desde otra orilla, De Soto, Ghersi y Guibelini diagnosticaron la informalidad como exceso o sobre presencia del estado en “el otro sendero”. La informalidad como supervivencia económica, social, cultural, política, religiosa es parte institucional y real de ser peruano; está en nuestro ADN, es nuestra sangre y traspiración.
La informalidad perjudica a quien la padece, es una actividad al margen de lo legal, sin seguridades y derechos; evita que el mismo estado recaude lo que pretende para realizar sus proyectos; puede ayudar a vivir y sobrevivir, puede ayudarnos a funcionar como país pero no es factible ni deseable. El Perú está por encima del promedio de informalidad en el mundo y entre los más informales de América a pesar de las notorias y exitosas cifras macroeconómicas de las últimas décadas. El crecimiento económico sostenido ha permitido reducir pobreza y extrema pobreza, incrementar reservas y reducir deuda, aumentar empleo y reducir desempleo y subempleo, ha mejorado sustantivamente ingresos; lamentablemente, no ha expandido mucho la formalidad ni reducido significativamente la informalidad.
Son múltiples los rostros de la informalidad, se agravan en las condiciones de mujer, joven, nivel de instrucción e indígena; es fatalidad de por vida tener algunas condiciones juntas. Mientras 9 de cada 10 pobres son informales en los no pobres son 3, así también es mayor en mujeres que hombres, jóvenes que adultos, menos instruidos que instruidos, indígenas que no indígenas.
El INEI señala que el 2005 nuestra informalidad fue 81.4% y el 2019 antes de la pandemia fue 72.7%, el 2020 en pandemia subió a 78.4% y el 2021 cerro con 80.1%; además prevé que este año será mayor debido a la inflación mundial, la desaceleración de la economía y la crisis sanitaria. Esta información ratifica que el gran crecimiento económico peruano de las dos últimas décadas que duplicó el PBI solo representó un 8.7% de reducción de informalidad y que lo poco logrado se ha esfumado con la pandemia. El crecimiento económico fue más efectivo reduciendo la pobreza de 58.7% del 2004 a 20.2% el 2019 y la extrema pobreza de 25% del 2000 a 2.9% del 2019. Hemos crecido, reducido pobreza y extrema pobreza, pero poco hemos reducido informalidad.
El aporte del mundo formal al PBI es inversamente proporcional al aporte de la informalidad, para el INEI el sector formal de la economía aportó el 2007 el 81.1% al PBI y el informal 18.9%, luego de una década de crecimiento económico, el 2017 las cifras eran iguales, el sector formal aportó el 81.4% y el informal 18.6%. En empleo formal el 2007 fue de 20% y el informal 80%; el 2017 el empleo informal era de 72.5% y el formal 27.5%. Mientras más informales es menor nuestro crecimiento y productividad. Pobre amor al país es mantener esa informalidad, gobierno tras gobierno, generación tras generación, seguimos en lo mismo antes que enfrentarla para ser un mejor país, tener ciudadanos con derechos y vivir en dignidad.
Es burdo identificar al informal con el ambulante, el micro, pequeño o mediano empresario; la informalidad está en todo lado, hasta en el mundo formal, incluida la gran empresa. Grosso modo, en micro y pequeñas empresas la informalidad bordea el 80%, en medianas 50% y en la gran empresa 20%. Formalidad e informalidad coexisten y sobreponen haciendo más difícil su atención desde la esfera que fuere. Debe diseñarse propuestas diferenciadas, no unívocas ni homogenizadoras, para todos.
Tampoco se puede identificar al emprendedor con informal, el “Perú país de emprendedores” siendo real es un doloroso eufemismo que esconde un país repleto de subempleados y desempleados, un país saturado de trabajadores sin derechos; el “emprendedurismo” usualmente difumina y perjudica al informal sin futuro, no es igual un encomiable emprendedor con su sueño y proyecto que un subempleado informal que sobrevive con lo que encuentra.
El Estado, símbolo y gran hacedor de formalidad es muy informal, está repleto de informalidad, somos un “estado informal de derecho”. La informalidad laboral estatal es un permanente 12%, asume su funcionamiento sin reconocer los derechos laborales de sus trabajadores mediante las centenas de miles de órdenes de servicios sin derechos o los CAS con derechos recortados y, mediante los innumerables regímenes excepcionales para inversión y contratación como vías de escape a su propia normativa. Hay actividades económicas donde el estado ha oficializado el empleo sin derechos o derechos laborales recortados con regímenes especiales. En aras del desarrollo esas medidas excepcionales y temporales desgraciadamente se han vuelto regulares y permanentes. Difícil propiciar formalidad nacional con un estado nacionalmente informal.
Imposible pensar un mejor Perú al margen y sin integrar la informalidad, ella es sobrevivencia y crecimiento nacional. No hay ámbito social: alto, medio o bajo; territorial: urbano o rural, regional o local, departamental, provincial o distrital, costa, sierra o selva; sectorial cualquiera; esfera estatal o privada, donde no exista la informalidad. No invade es producto natural, no se inmiscuye está en su habitad, no es intrusa es nativa, no es ajena es propia y, con ella y desde ella debemos pensar el desarrollo nacional.
Regular el mundo formal con la esperanza de unir lo informal es política equivocada de décadas; también es equívoco regular la informalidad para “meterla” a la formalidad. No es formalidad contra informalidad, ni una o la otra, en el Perú son dos caras de una misma moneda, inescindibles, complementarias y por ello mismo, debemos integrar la informalidad más que perseguirla, reconocerla más que condenarla y con un trabajo sostenido y permanente podamos integrarla al desarrollo nacional. Tenemos algunos planes y programas para enfrentar la informalidad en actividades sectoriales y temáticas transversales que como compartimentos estancos tienen poca o nula efectividad; carecemos de políticas públicas que aborden integral y sostenidamente una lucha frontal contra la informalidad. Hoy la informalidad nos salva como país y estado, pero a costa del desarrollo nacional, de nuestros ciudadanos con derechos y del futuro de nuestros hijos. Formalizar debe ser esa lucha permanente por tener peruanos con derechos y un mejor Perú, a pesar de nuestros gobiernos y líderes, una vez más, en nosotros esta hacerlo.