Una mala, no, una pésima noticia, cuando creíamos que los impulsores de una nueva Constitución habían abdicado de su pretensión, descubrimos que no había renuncia sino cansancio, que luego de la recuperación han vuelto con la misma monserga.
Siguen sin entender que no necesitamos una nueva Constitución, que la que tenemos que data de 1993 es en la práctica el común denominador de las 13 que hemos tenido, sin contar estatutos provisorios, la que además sentó las bases para el crecimiento y desarrollo del Perú, así como para la disminución de la pobreza, además para la incorporación de muchísimas más familias a la economía del país y a las actividades laborales, tanto productivas como de comercio y servicios.
Olvidan también los promotores del referéndum para una nueva carta constitucional, que cuando se habla de hacer otra Constitución, la inversión se paraliza, ya que nadie en su sano juicio invertirá sus recursos sin conocer las nuevas reglas de juego a la que estarán sometidos y, con el resultado que se inmovilizará la generación de puestos de trabajo, tan necesarios hoy en día para superar los catastróficos efectos económicos de la pandemia que aún soportamos. En síntesis, como señala antiguo dicho popular: “tras cuernos, palos”.
Hay estados que solo han tenido una Constitución, como por ejemplo San Marino que data del año 1600, el Reino Unido con una Constitución no codificada que tiene más de ocho siglos, la de los Estados Unidos adoptada en 1789, la de Noruega de 1814, la de Holanda de 1815, la de México de 1917, entre tantas otras. Varios de ellos han introducido modificaciones o enmiendas a sus constituciones, pero no las han sustituido por otra y ojo, no estamos hablando de países sin éxito, sino todo lo contrario.
Existen estados que han tenido muchas constituciones, pero si hacemos un recuento, ello no ha sido sinónimo de éxito ni menos prosperidad. Algunos que resienten la situación, quieren paliar la iniciativa de un cambio total constitucional con modificaciones parciales. Claro que se pueden hacer, pero sugerimos solamente lo sustantivo e inaplazable, como puede ser el retorno al Senado de la República o la vuelta a la posibilidad de reelección de gobernadores y consejeros regionales, así como de alcaldes y regidores.
Como toda obra humana la Constitución es perfectible. En este mundo de seres supuestamente racionales, nada es perfecto, todo se puede corregir o mejorar, pero sin exageración, dado que, si hacemos una lista de lavandería de todo lo que puede ser enmendado o superado, nos faltarían pliegos de papel. No tiene lógica hacer modificaciones no sustanciales, la Constitución no debe ser tratada como antiguas prendas de vestir, que eran frecuentemente zurcidas o remalladas.
La Constitución es de suyo importantísima pues es la “norma básica del ordenamiento jurídico del Estado, encargada de establecer la regulación jurídica del poder político” Es una definición generalmente aceptada, además determina el control ciudadano al ejercicio del poder, conteniendo las reglas básicas de convivencia social y debe tener vocación de permanencia en el tiempo.