En algún momento, Platón con su sabiduría eterna, señaló que quien debe gobernar de manera ideal debe ser alguien a quien no le interese el poder, que luche por el bien común y que no busque su enriquecimiento personal.
Estas aseveraciones como se recuerda fueron a su vez criticadas por otros autores, como el filósofo Popper, quien señaló que ello conduce al maximalismo, pues genera que se crea que existen hombres superiores o que están predestinados a gobernar, con cualidades supremas de liderazgo, y resolutores de todo problema; para este autor, más que responder sobre quién debe gobernar, se debe ir a la pregunta de cómo cambiar de gobernante sin conmociones ni desarreglos.
Pero volviendo a Platón -sin llegar al maximalismo-, y trasladando estas ideas a lo tributario, el gobernante a elegirse, al no interesarle el poder, preocuparse por el bien común y desdeñar un enriquecimiento propio, dejará que subsistan y se respeten los principios tributarios constitucionalizados, explícitos e implícitos, es decir la Carta Magna debe prevalecer en sus actuaciones, como es la aplicación del principio de igualdad y respeto a la capacidad contributiva. No buscará la confiscación -al buscar el bien común-, simplemente para cubrir una caja fiscal mermada; y en aras de la transparencia, ha de explicar a dónde van los recursos fiscales, en una rendición de cuentas necesaria y oportuna. Evitará además que se crea que se tiene un orden a través de la aplicación desmedida de sanciones y castigos, aduciendo que ello evitaría la infracción a la Ley, pero realmente lo que genera es una alteración del sentido moral de la punición.
Un nuevo gobernante, siendo coherente con los preceptos de Platón, ha de simplificar además los regímenes y tributos, cobrar lo justo, capacitar al pueblo en el deber de contribuir, y exigirá el tributo de acuerdo a la realidad y capacidad económica de los gobernados. Su ejemplo también influirá en el cumplimiento fiscal.
Recuérdese lo que dijo Aristóteles, con respecto a las crisis: “La crisis de la ciudad no es una crisis política, sino una crisis de convivencia. Es intrínsecamente una crisis del hombre. Este no sabe a qué atenerse, no sabe qué hacer, porque no sabe qué es bueno y qué es malo, que es justo y qué es injusto, y sobre todo a donde va”.
El nuevo gobernante entonces deberá, recordando lo que señaló Platón, aplicar sus enunciados sin restricciones, en pro de una tributación finalmente justa y eficiente.